Es de noche. El viento silba melodías indescifrables, y la luna sonríe con gesto maternal a las parpadeantes estrellas. El bosque está mudo, conteniendo la respiración. Ha salido el lobo sanguinario a atemorizar a las ardillas y los conejos, a la lechuza que vive en lo alto del roble y a todos los otros seres que por allí viven.
El arroyo resbala por entre las rocas, cristalino y gélido, con una voz tenue que murmura al compás de las salpicaduras de las truchas y las nutrias. El viento sopla entre los árboles, que parecen grandes pilares de madera sujetando una gran bóveda oscura y misteriosa.
Cuando sopla saca a bailar hojas de oro y bronce de la hojarasca que tapiza el suelo.
La aldea parece abandonada, envuelta en un velo de tinieblas, pero de vez en cuando alguna chimenea vomita una voluta de humo al cielo estrellado. Una puerta se abre, y deja entrever una criatura coronada por áureos cabellos y un manto color fuego que sostiene un canasto de raída mimbre y olorosos manjares.
Una voz que procede de las entrañas de la casa se refiere a ella como "niña", y su rostro se vuelve hacia el fuego que bailotea en la austera chimenea. Sus labios dibujan un "adiós" efímero, y se sumerge en la noche con paso acelerado. Atrás deja la valla de la casa, bastión de un jardín sin flores, y las ventanas amarillentas por la luz de un viejo candil se vuelven cada vez más pequeñas.
El suelo empedrado se convierte de pronto en un sendero de tierra que corre veloz hacia el bosque, entre trigales salpicados de amapolas y un maizal donde por un segundo la brisa le devuelve la vida a un grotesco espantapájaros para que despida a la muchacha.
El sendero penetra en el bosque como una flecha en la carne y se desliza sinuoso entre las gruesas raíces de los árboles hasta llegar a un claro, ya lejos de la linde. Los pasos de la joven se detienen y sus delicadas manos comienzan a tantear las flores que crecen en los márgenes del sendero. Arranca una, luego otra, después se detiene, al oír el lejano berrido de un corzo joven.
Reanuda su tarea y guarda un suculento ramillete en el canasto. Satisfecha, vuelve al sendero. De pronto siente una mano en su hombro. El corazón le salta en el pecho. Se vuelve temblando. Era sólo una rama. Su paso se acelera. Las sombras se vuelven más oscuras, más ladinas. Oye un crujido de hojas detrás.
Después la ronca voz de un tejón. Se enfada consigo misma, - deja de ver fantasmas donde no los hay y date prisa, que aún largo es el camino-. Al poco rato descubre a un viajero sentado en una roca, tomando un respiro.
El hombre, de unos cuarenta años, viste ropajes humildes y lleva un odre de vino colgado del cinto. Junto a él, sobre la piedra hay una bolsa grande de cuero. Sus ojos brillan con curiosidad, y su boca esboza una sonrisa amable. La muchacha le saluda cortésmente y hace amago de proseguir su camino, pero el hombre le pide que se quede a hablar un rato.
Ella accede, y se sienta frente a él, entre la hierba. Hablan de sus hogares, de sus destinos, él va a la ciudad que hay al otro lado del lago a cobrar una herencia, ella, a llevar medicinas a la mujer que dio luz hace tiempo a su difunto padre, pues en su aldea no hay médico, y el invierno se aproxima ya con sus males. El viajero saca un reloj de su bolsillo, y al hacerlo una moneda plateada cae a la hierba.
Ella la mira con asombro. ¿La quieres? Te propongo un trato. Para ir a la ciudad he de pasar junto a la aldea de la que has hablado, así que ¿qué tal si hacemos una pequeña apuesta? Apuesto a que llego antes que tú. Si no ocurre así, te regalaré la moneda. Ella medita la proposición, buscando algún atisbo de inquina en ella, pero al final acepta. Al cabo de un rato los dos echan a andar.
La muchacha acelera el paso, dejándolo atrás rápidamente. A lo lejos, ya se ven las luces de su destino a través de la maleza. En la retaguardia el hombre camina sin prisa, ya la alcanzará. El lobo sanguinario surge de pronto para hacerle compañía. El hombre lanza un grito, y el lobo un aullido. Aquél quiere correr, pero éste no se lo permite. Salta sobre su cabeza y le decapita violentamente. Luego la bestia vuelve a las sombras, con la cabeza aún entre los colmillos.
Por su parte, la muchacha ha empezado a correr con la sensación de que el lobo le persigue ahora a ella. Está casi segura de que el viajero ha muerto, luego ya no hay apuesta que valga. Ya no piensa ni siquiera en la reluciente moneda. Tan sólo en salir de aquel terrible bosque. Durante la huida tropieza con la raíz de un árbol, y cae a la hojarasca. Frente a ella yace el cadáver descuartizado de un cervatillo. Aquella horrorosa visión lleva a su garganta un grito. Si el lobo no sabía dónde estaba, ahora ya lo sabe.
Consciente de ello se levanta y echa a correr como alma que lleva el diablo. No le importa la fatiga, ni el dolor que la caída le ha dejado en la pierna izquierda. Finalmente, el sendero escapa del bosque y se extiende a lo largo de una verduzca campiña hasta la silueta de la aldea.
La muchacha sigue corriendo hasta que está a tan sólo cincuenta metros de ella. Vuelve la cabeza hacia el bosque. El lobo también ha salido a cielo abierto. Está cerca. La muchacha reanuda la carrera, mientras grita ¡lobo! ¡lobo!. Algunos lugareños se asoman a las ventanas. Otros salen a la calle en pijama y la escopeta cargada. ¡Allí!, grita uno, y allí disparan todos.
Para entonces la muchacha ya ha llegado a la aldea, y corre a su destino sin importarle la batalla que se acaba de desatar tras ella. El lobo es fiero y consigue matar a algunos hombres. Pero su fiereza no se puede comparar con la puntería de los tiradores, y al final decide regresar al bosque.
En la aldea, la muchacha llama a una puerta adornada con una aldaba en forma de león. Ante ella aparece una mujer de blanquecinos cabellos, y anteojos en el rostro. Se abrazan, la muchacha llora recordando lo que ha pasado. Luego se sientan a una mesa bien provista, y cenan.
Como sólo hay una cama en la casa, duermen juntas. Durante la noche, la muchacha tiene una horrible pesadilla. Sueña que el viajero era un hombre lobo, y que cuando llegaba a la aldea mataba a la anciana y se ocultaba en la casa esperando a que ella llegase para devorarla.
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